Declaración institucional del Ararteko con motivo del Día Mundial del Refugiado
20 de junio de 2024
El día Mundial del Refugiado representa una oportunidad para celebrar el valor y la capacidad de resistencia de los refugiados. Sin embargo, en esta edición de 2024, es difícil encontrar motivos de celebración.
El Informe sobre tendencias globales publicado la semana pasada por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ofrece un panorama desolador. Los conflictos bélicos y los consiguientes desplazamientos de poblaciones a través del mundo alcanzan niveles sin precedentes. En mayo 2024, se ha sobrepasado la cifra de 120 millones de personas desplazadas, un hito impensable hasta hace poco tiempo. Si estuvieran reunidos en un solo país, éste sería el 12º país más poblado del mundo, con tantos habitantes como Japón.
Detrás de estos crudos números, que siguen aumentando cada día, se encuentran incontables tragedias humanas. Todo el sufrimiento acumulado debería servir para galvanizar a la comunidad internacional a la hora de emprender acciones urgentes e inaplazables para erradicar las causas de los desplazamientos forzosos que afectan a tantos millones de personas. Como ha señalado Filippo Grandi, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, hace falta un esfuerzo concertado de la comunidad internacional para poner fin a los conflictos, las violaciones de derechos humanos y la crisis climática, sin lo cual continuarán subiendo las cifras de desplazados, añadiendo aún más miseria a una situación de por sí desesperada.
Y, sin embargo, lo que está ocurriendo es que la capacidad de respuesta ante la situación que viven millones de desplazados forzosos está siendo puesta a prueba por la proliferación de nuevos conflictos a través del planeta que se añaden a los numerosos conflictos congelados (Afganistán, Siria, Yemen, entre otros muchos). Los conflictos más recientes tienen, además, una amplitud y violencia desconocidas desde la II Guerra Mundial: el devastador enfrentamiento en Sudán, la implacable guerra en Ucrania, la agitación violenta en Myanmar, la indescriptible violencia en la República Democrática del Congo y, por supuesto, la tragedia de Gaza, generadora de inconmensurable sufrimiento ante nuestros propios ojos, en una región del mundo sacudida desde hace tiempo por interminables enfrentamientos y la pérdida de vidas.
Mientras se hace cada vez más evidente la necesidad imperiosa de sistemas de asilo fuertes y de una mayor solidaridad internacional, la mayor parte de las crisis generadoras de desplazamientos forzosos de población permanecen invisibles a los ojos de la opinión pública. Incluso la crisis de Ucrania, objeto de titulares diarios hasta hace pocos meses, se desliza poco a poco fuera de los focos mediáticos.
Mientras esto ocurre, las instituciones encargadas de responder a estas crisis se ven confrontadas a severos recortes, con consecuencias dramáticas para las enormes poblaciones que se hallan necesitadas de su protección.
Por ejemplo, ACNUR recibió, en 2023, 214 millones de dólares menos que el año anterior para sus operaciones humanitarias en Oriente medio y África del Norte, zonas geográficas donde perviven conflictos como los de Siria o Yemen, que han generado el desplazamiento forzoso de millones de personas necesitadas de ayuda internacional. Si continúan en 2024 los recortes en la financiación, más de 5 millones de refugiados, solicitantes de asilo, desplazados internos, retornados y apátridas se quedarán sin servicios de protección, sin reconocimiento ni documentación. Quiere esto decir que se dejará de cumplir con las normas más básicas del derecho internacional, algo que debería avergonzar a quienes formamos parte de la comunidad internacional.
Hay casos especialmente dramáticos como sucede con la inenarrable tragedia de Sudan que ha provocado 9 millones de desplazados internos y refugiados en los países vecinos, como Chad o Sudán del Sur, y que sobreviven con enormes dificultades. Tras un año de guerra, miles de personas siguen huyendo cada día de las zonas de conflicto. A pesar de la enorme magnitud del problema ni ACNUR ni otras organizaciones humanitarias están recibiendo la financiación mínima necesaria para poder hacer frente a estas situaciones. Esto supone que millones de personas vulnerables se están quedando sin poder cubrir sus necesidades esenciales de techo y comida.
Estas situaciones dramáticas se están repitiendo en otros lugares del planeta. La tendencia es, además, al empeoramiento de la situación, si no se llega a canalizar la ayuda necesaria hacia aquellas organizaciones que tienen la responsabilidad de mantener la vigencia de las normas internacionales de protección de los refugiados.
La humanidad parece estar perdiendo de vista el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que proclama, desde 1948, que, la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
En este Día Mundial del Refugiado, es preciso apelar, por lo tanto, a la solidaridad y generosidad del pueblo vasco para intentar paliar, en la medida de nuestras posibilidades, los enormes déficits existentes a la hora de garantizar la debida protección a refugiados y desplazados a través del mundo. La responsabilidad colectiva recae también en nosotros, como miembros de la comunidad internacional, de seguir prestando nuestra ayuda a otros seres humanos en situaciones de peligro extremo.
Al fin y al cabo, como ha dicho el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados: “Cada refugiado es un testimonio de nuestro fracaso colectivo de garantizar la paz y la seguridad. La penosa situación por la que atraviesan millones de desplazados y refugiados en todo el mundo no debe ser vista como una crisis sino como un motivo para buscar juntos soluciones.”
Vitoria-Gasteiz, 19 de junio de 2024