Tragedia en Basurto: la ciudad en crisis

La globalización de formas de vida, actitudes, personas y creencias como anunciaban los profetas de la posmodernidad en los años ochenta ya está aquí. Y para quedarse. Antes, una ciudad, pequeña o grande, era un territorio casi reconocible de vivencias, de trayectorias personales y sociales compartidas, de intrahistoria. Como un álbum de fotografías, cada calle o cada plaza vendrían a recordar un momento vivido, que en cualquier caso nos suscitaba ese sentimiento de pertenencia básica. Un sentimiento, contra lo que dicen y pregonan los propagandista de mitos y los creadores de nuevos, que tiene que ver con lo inmediato, con la ciudad en la que crecemos y nos formamos. Luego, con nuestro propio crecimiento, iremos escalando hacia sentimientos de pertenencia mayor: la comarca, el valle, la región, la provincia, la Comunidad Nacional, la Nación política y sentida, el continente, el planeta tierra. Cada uno puede elegir su escala de ascenso, tachar una, varias o todas las paradas, pero desde luego hay dos ineludibles, o las que nos dan verdadero sentido: la de salida y la de llegada, alfa y omega de la vida social, comunitaria. Son estas dos, las que están en verdadera crisis, en crisis de cambio, de definición, de mutación, y no esas otras intermedias en la escala que son de las que viven los oportunistas. No, la verdadera crisis es de ciudad, de modelo básico de convivencia, que es la que llamo de salida. Luego nos referiremos a ella. Pero antes está la de llegada, la de nuestro planeta tierra, que es global, porque lo estamos destrozando poco a poco, a conciencia, porque en unos decenios hemos sido capaces de extinguir más especies de animales y plantas que cuatro glaciaciones juntas. Y esto es sólo un pequeño ejemplo de todo lo que estamos haciendo. Eso sí, luego algunos no quieren ver o sufrir las consecuencias. Explotamos los recursos hasta agotarlos, provocamos sequías y riadas por doquier, hasta en la fértil cuenca latinoamericana, imponemos modelos de consumo con subproductos innecesarios. Pero luego algunos se quejan cuando la globalización les toca y se vienen éstos o los otros a vivir a su portal o a su calle. Defendemos la globalización de los productos, de la economía, pero no de las personas. Nos gusta lo exótico para ir a verlo, como en el zoo, pero nos disgusta que lo exótico venga a nosotros. Cada cual puede poner su propio ejemplo de cinismo. Que en esto, como en casi todo, nadie puede tirar piedras, porque nadie es un santo. Tenemos que referirnos ahora a la estación de salida en la vida, a la ciudad. A lo sucedido en el barrio de Basurto, en Bilbao, el pasado día tres de enero, han corrido ríos de tinta. Y más que seguirán corriendo. Suceso que tenía todos los ingredientes de una tragedia griega, de esas en la que el destino se ceba sobre los protagonistas, con actos desproporcionados que cambiarán para todos el sentido de sus vidas. Por esos nos ha conmovido. Porque, sin una razón, varios destinos se han roto. Dos niños, dos hermanos, sus propios padres que presenciaron el hecho. Y el joven conductor de 25 años, en el que también hay que pensar, un chaval poco menos, no había bebido, sino que tal vez se despistó porque no había semáforo, porque se había pedido un semáforo mil veces y porque las administraciones, unas por otras, habían desoído a los ciudadanos, a los destinatarios últimos de sus políticas, a los que les dan verdadero sentido. Y es que como digo, la ciudad ya es como un pasacalles diario en el que hay que luchar a brazo partido para sobrevivir, para volver a casa, para ganarse el pan, para jugar los niños sin que les atropellen porque no hay sitio. Esa tragedia inútil nos tiene que hacer reflexionar sobre todo esto. Habrá recomendaciones útiles, necesarias. Pero es el modelo de ciudad el que esta fallando, el que ya no integra, sino que desintegra, el que tribaliza y convierte partes de la ciudad en guetos, de exclusión social o racial, como decía el sociólogo Michael Maffesoli hace unos días a propósito de lo sucedido en París. Y por eso mismo Tony Blair esta ahora proponiendo en el Reino Unido un modelo de convivencia que vigorice los valores de cortesía y educación en la ciudad. Porque se han dado cuenta de que ya no damos más. Que cualquier día seremos absorbidos todos, nosotros y el planeta, por esa vorágine que nos rodea, si no somos capaces de bajar el ritmo de vida, de exigencia, de consumo, de presión. Pensemos en todo esto y tal vez con un poquito de paciencia salgamos todos ganando. Y luego que vengan todas las medidas que tengan que venir.

Julia Hernández Valles

Adjunta al Ararteko