1 de octubre, día internacional de las personas de edad

Volver a la universidad o acceder a ella por primera vez; convertirse en una pieza indispensable para que los hijos e hijas puedan conciliar la vida familiar y laboral, asumiendo el cuidado de nietos y nietas; ocuparse de personas dependientes del entorno cercano; participar en asociaciones sin ánimo de lucro; hacer realidad ilusiones que, por una u otra razón, no se habían materializado a lo largo de la vida; servir de asesoramiento en proyectos que requieren una dilatada experiencia laboral o necesitar de cuidados y protección especiales, son algunas de las múltiples caras que ofrecen, día a día, nuestros y nuestras mayores.

La importante contribución de las personas mayores a la sociedad en diversos campos, como la transmisión del conocimiento y la experiencia, la formación, la creatividad etc., así como el papel innegable que desempeñan en el cuidado y el apoyo familiares deben verse reflejados en el desarrollo de políticas públicas que favorezcan su participación y muestren la vejez como una etapa vital llena de potencialidades; políticas que reconozcan su contribución a la trasformación social y otorguen a las personas mayores el protagonismo y la capacidad de intervención social y de interlocución que merecen.

Un reciente estudio realizado por el Departamento de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco confirma que en torno al 45% de las personas mayores ofrece ayuda informal (tanto a familiares que por su estado de salud lo necesitan, como en el cuidado de nietos y nietas) y que tan sólo un 23% la recibe. El balance del cuidado pone de manifiesto, pues, que las personas mayores, frente a los estereotipos existentes, constituyen fundamentalmente un colectivo proveedor de cuidados, un colectivo que da más de lo que recibe.

En 1991, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó los Principios de las Naciones Unidas para las Personas de Edad: independencia, participación, dignidad, asistencia y autorrealización, alentando a los gobiernos para que tales principios inspiraran las políticas y programas nacionales. En 2002, la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento aprobó el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento, para responder a las oportunidades y los desafíos del envejecimiento de la población en el siglo XXI y promover el desarrollo de una sociedad para todas las edades; incorporaba un total de 239 recomendaciones. En 2008 el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas publicó la Guía para su aplicación en la cual se subrayaba "la necesidad de elaborar políticas eficaces y específicamente dirigidas a las personas de edad que incorporen los intereses e inquietudes de éstas en todos los aspectos del desarrollo, así como la puesta en práctica de un enfoque intergeneracional integral que haga hincapié en la equidad e inclusión de todos los grupos de edad." En el contexto actual, ello implica no tanto diseñar políticas para las personas de edad, o en torno a ellas, como incluir a las personas de edad en las políticas públicas y en su diseño, en todos los ámbitos relevantes. Iniciativas como el programa de Envejecimiento y Ciclo Vital de la OMS o el proyecto Ciudades globales amigables con los mayores son también interesantes contribuciones que no debemos pasar por alto.

Aunque no podemos negar los pasos dados tanto en el ámbito internacional como en nuestro entorno más cercano, la realidad que vivimos nos sigue mostrando déficits y lagunas. Se hace preciso un trabajo conjunto de los poderes públicos y de la sociedad civil que garantice la participación activa de las personas mayores en la sociedad, en el desarrollo y en los procesos de adopción de decisiones; su acceso al conocimiento, la educación y la capacitación; la mejora de los niveles de salud y bienestar, y una capacidad económica adecuada que les posibilite una vida digna.

El concepto de "envejecimiento activo", que ha ido calando en los últimos años a la hora de trazar políticas públicas, es un interesantísimo paradigma que se basa en el reconocimiento de los derechos humanos de las personas mayores y en los principios a los que hacía referencia anteriormente. El fin último es que toda persona realice su potencial de bienestar físico, social y mental a lo largo de todo su ciclo vital, y que participe en la sociedad de acuerdo con sus necesidades, deseos y capacidades, siendo receptora, cuando lo precise, de protección, seguridad y cuidados adecuados.
Manos a la obra, el horizonte ya está marcado.

Iñigo Lamarca
Ararteko