El grito del milenio

#CALENTEMOSDURBAN

El volcán Krakatoa explotó en agosto de 1883. La erupción destruyó la isla del mismo nombre en el suroeste de Indonesia. El resultado fue devastador y provocó fuertes maremotos que levantaron olas de hasta 35 metros que asolaron la costa de Java y Sumatra produciendo la muerte de miles de personas. Sus efectos se sintieron por todo la tierra y originaron un cambio temporal en la climatología que propicio un ligero descenso de las temperaturas. Durante meses, las cenizas y gases emitidos por el volcán Krakatoa viajaron por todo el planeta y tiñeron el crepúsculo y el alba de lugares tan lejanos como el cielo de Noruega. Un impacto tan severo pudo tener un reflejo incluso en el arte pictórico de esa época. Un grupo de físicos de Universidad de Texas publicó en 2004 un estudio en que concluían que los tonos del cielo pintado por Edvard Munch en su obra expresionista "El grito" podrían representar los restos de las cenizas volcánicas del Krakatoa sobre el fiordo de Oslo.

No es la primera vez que sucesos dramáticos perduran en nuestro recuerdo gracias al genio de los artistas. Esta anécdota sirve para comprender los efectos que pueden tener estos procesos naturales y que sus consecuencias son difícilmente predecibles. Sin embargo, los volcanes y sus emisiones son una amenaza relativa. Existe un riesgo sin precedentes sobre la atmósfera que está provocando un cambio climático motivado por un agente mucho más destructivo que los volcanes u otros desastres naturales, el ser humano.

Nuestra actividad antropógena sobre el planeta, desde el comienzo de la era industrial, ha supuesto un incremento de las emisiones de gases que han comenzado a alterar, con un alto grado de certeza, la composición de la atmósfera mundial cuyo equilibrio es fundamental para nuestra persistencia y la de otros seres vivos. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU ha presentado en Uganda un informe especial que advierte de los riesgos por eventos climáticos extremos (sequías, inundaciones, etc.) que sufrirá la población durante este siglo a consecuencia del cambio climático. Los efectos del cambio son padecidos prácticamente a escala mundial. Todas las regiones resultan vulnerables y exigirá una adecuada gestión del riesgo y una adaptación a este implacable fenómeno.

La importancia de tomar conciencia de nuestra responsabilidad en este creciente riesgo es el reto de este siglo. El camino se empezó hace tiempo. En la década de los 70 informes científicos auspiciados por los propios gobiernos pusieron sobre la agenda esta cuestión. Los años 90 consolidaron el parecer científico sobre el cambio climático e introdujeron instrumentos jurídicos como la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y el Protocolo de Kyoto firmado en la tercera Conferencia de las Partes del Convenio Marco (COP 3). El protocolo fue un hito internacional en la lucha contra el cambio climático para evitar un aumento sin retorno de las temperaturas. El retraso en su entrada en vigor hasta febrero de 2005 y la renuncia a la ratificación por el principal emisor de dióxido de carbono, Estados Unidos de América, ha obstaculizado alcanzar el objetivo último de la Convención, estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias peligrosas.

Con posterioridad hemos entrado en una fase crítica para alcanzar ese objetivo. Han surgido voces discrepantes que han tratado de relativizar este desastre planetario defendiendo que los cambios traen causa en cambios naturales que siempre han existido a lo largo de la evolución de la Tierra. La lucha contra el cambio climático es vista como una amenaza a un modelo social, económico y energético basado en el crecimiento constante y en la abundancia de recursos naturales. Estas voces relativizan las consecuencias de la actividad humana sobre el planeta y desprecian sus evidentes efectos. Por otro lado, al constante crecimiento de los países más desarrollado se ha unido al paso de los países emergentes a la primera línea de la vorágine de los recursos naturales. Las últimas conferencias sobre el clima no han colmada las esperanzas de poner en marcha un nuevo sistema de reducción de emisiones. No sólo han renunciado a comprometerse a nuevos restricciones sino que los instrumentos existentes han quedado desnaturalizados. En el 2012 vencerá el compromiso de Kyoto sin haber cumplido con el objeto principal de controlar las emisiones antropógenas.

También debemos hacer constar los avances. Hemos tomado conciencia en el ámbito planetario y a nivel local. El control e inventario de las fuentes de emisiones y los planes europeos, estatales, regionales y locales han servido para la ordenación y planificación de nuestras emisiones, para establecer medidas dirigidas a reducir las fuentes de emisión, mitigar los cambios habidos y venideros y favorecer la investigación, el conocimiento e intercambio de tecnologías limpias. En Euskadi un proyecto de Ley de cambio climático ha comenzado su debate en el Parlamento Vasco. Es primordial que el debate parlamentario tenga presente el riesgo real de esta amenaza sobre nuestro Territorio y se apueste de forma expresa por compromisos ciertos y vinculantes de reducción de las emisiones de gases. La reflexión debe versar sobre un necesario cambio a corto plazo basado en un modelo social y económico bajo en carbono, junto con un mecanismo para su reducción que cuantifique y compense nuestra factura como pueden ser los presupuestos de carbono. A ello debe unirse un objetivo de ahorro de energía y una apuesta decidida por energías limpias y renovables.

La conferencia de las partes de Durban (COP 17) que comienza estos días en Sudáfrica es quizás una de las últimas oportunidades para lograr acuerdos planetarios que nos permitan congratularnos por los líderes que gobiernan este planeta. En este contexto la voz del planeta debe ser escuchada. La ciudadanía debe ser activa en la exigencia de resultados que nos acerquen a una zona de tranquilidad respecto a las emisiones de carbono que no comprometan la salud de la tierra. El grito debe ser respetuoso, pacífico pero firme en nuestras convicciones. Evitemos que "El grito" de Munch sobre un cielo evanescente pueda ser una premonición de la pérdida de nuestro bien más preciado; nuestro planeta. Enfriemos el planeta #CalentemosDurban.

Fdo.: Iñigo Lamarca, ararteko, Julia Hernández, adjunta y Carlos Barcina asesor del ararteko y coordinador del área de medio ambiente