La juventud y sus posibilidades de emancipación

El 12 de agosto tiene la consideración de Día internacional de la Juventud. Quisiéramos aprovechar, pues, esta fecha para plantear una cuestión que, desde la perspectiva de defensa de derechos que corresponde a la institución del Ararteko, nos parece especialmente importante: las posibilidades de emancipación de las personas jóvenes, sus posibilidades de hacerse plenamente responsables de sus vidas y de participar y aportar al conjunto de la sociedad.

Hace ya tres años hicimos público un informe extraordinario sobre Las políticas públicas de vivienda dirigidas a la población joven en la CAPV. Efectuamos en él un análisis de necesidades, una evaluación de las políticas de vivienda (incluso desde una perspectiva comparada entre diferentes comunidades y países) y, como corresponde, planteamos una serie de recomendaciones (en concreto, 42).

Puede parecer, a primera vista, un tema secundario pero afecta de manera esencial a las posibilidades de emancipación. Porque la vivienda, hoy y aquí, constituye un recurso de primera necesidad sin el cual se hace prácticamente imposible emprender una vida autónoma que permita el pleno desarrollo personal y social. Se trata de un elemento básico, de una condición previa para poder integrarse plenamente en la dinámica social, para poder emprender una vida normalizada, de manera que las personas −en este caso, las personas jóvenes− puedan desarrollar todas las potencialidades que tanto benefician a su propia vida y a la sociedad en la que viven.

La emancipación juvenil se puede definir como el tránsito, el paso de una condición juvenil dependiente a una condición adulta autónoma. Como tal, constituye un proceso clave por el que las personas jóvenes se integran en el mundo adulto, asumiendo plenamente su responsabilidad. Un proceso que está directamente relacionado con la disponibilidad de recursos económicos (propios o familiares), y que, por lo tanto, está asociado a las dificultades de acceso a la vivienda y a las dificultades de integración en el mercado laboral en condiciones de mayor estabilidad, o si se prefiere, de menor precariedad.

Los procesos de emancipación, sin embargo, no sólo dependen de las oportunidades materiales de formación, de empleo o de acceso a la vivienda; también dependen de la forma en que las personas jóvenes perciben y valoran esas oportunidades en función de sus creencias, de sus valores, de sus experiencias, de sus expectativas.

El hecho es que, por unas razones o por otras, la edad media de emancipación en la CAPV ha ido experimentando un importante retroceso en las últimas décadas. En los años setenta, por ejemplo, las y los jóvenes vascos abandonaban el hogar familiar con menos de 23 años, por término medio. En los ochenta, la edad de emancipación se retrasó a los 24 años para las mujeres y a los 25 para los hombres. A finales de los noventa este retraso era mucho mayor: los hombres seguían en el hogar familiar, por término medio, hasta pasados los 30 años; las mujeres hasta los 28. En los últimos años los datos disponibles apuntaban cierto descenso en estas edades. Sin embargo, es muy posible que nuevamente esté experimentándose o se produzca otro retraso, ligado a una situación de crisis económica o a momentos de incertidumbre.

Con frecuencia se dice que nos encontramos ante la generación de jóvenes mejor formada y, sin embargo, todos conocemos las dificultades que muchos de ellos encuentran para hacerse con las riendas de su vida. Facilitar la emancipación de las personas jóvenes, lograr su plena participación y responsabilización en la vida social es hoy un reto que todas las políticas públicas tendrían que situar entre sus prioridades.