Viajeros sin billete

1 de marzo de 2017

El defensor del pueblo andaluz, el síndic de greuges de Catalunya, el valedor do pobo, el diputado del común, el justicia de Aragón, el síndic de greuges de la Comunitat Valenciana, el procurador del común de Castilla y León, el defensor del pueblo de Navarra aceptaron la invitación de quien suscribe para venir a Euskadi y, desde la perspectiva de los defensores de derechos, compartir preocupaciones ante la profunda crisis humanitaria que afecta a los solicitantes de asilo y refugio en Europa y proponer medidas para paliarla. El 2 de febrero pasado, al concluir la reunión, presentamos una declaración, aprobada por unanimidad.

Apelábamos a la vigencia del derecho internacional humanitario y a su carácter universal. Compartíamos indignación ante la lentitud, ineficacia y mezquindad de las respuestas ofrecidas a quienes huyen del horror, la muerte y la destrucción. Insistíamos en la excepcional urgencia y gravedad de la crisis, recordando la obligación de los poderes públicos de promover iniciativas y coordinar esfuerzos para cumplir con los compromisos adquiridos. Subrayábamos la necesidad de implicar estrechamente a las CCAA en los procesos de acogida, en especial a las que, como Euskadi, han expresado reiteradamente su deseo de implicarse activamente en la gestión de este drama. Los hechos: cientos de miles de refugiados (nadie sabe el número) huyen de guerras causadas por complejas relaciones de poder en las regiones afectadas. Incapaz de prevenir, detener o mitigar estos conflictos, la sociedad internacional no puede ahora dar la espalda a sus desastrosos costes humanos.

Es verdad que no existe una solución sencilla. Ni las normas, ni los presupuestos, ni, probablemente, la opinión pública, permiten abrir las fronteras de par en par. Mientras una parte de los ciudadanos europeos asisten a lo que sucede con horror e indignación e intervienen con gestos de solidaridad, no faltan quienes escupen a las víctimas, expresando obscenamente su rechazo. Víctimas también: de la ignorancia, los perjuicios, el egoísmo y el miedo. Otros, demasiados, prefieren mirar hacia otro lado.

Hagamos un ejercicio sencillo. Pongámonos en el lugar de uno cualquiera de los refugiados. Yusuf, por ejemplo. Tiene veinte años, su padre era propietario de una pequeña tienda de alimentación que una bomba destruyó en segundos. Su madre lo ayudaba en el mostrador y cuidaba de la vivienda. No les faltaban tres platos de comida al día y acudían a la mezquita. Una vez al año, el padre de Yusuf hacía cuentas y cumplía con el zakat. Los orígenes de la familia se remontan a los cananeos a los que los griegos llamaron fenicios. Yusuf estaba a punto de finalizar los estudios en una escuela de oficios. Un día que no olvidará, la primera bomba cayó en un inmueble cercano a su casa; pensó que sería la última. Los gobernantes aseguraron que acabarían con los responsables de aquello en semanas. Cayó una segunda, y una tercera.

¿Existe algún joven que no tenga planes? Entre los de Yusuf no figuraba abandonar su barrio, ni su país, ni a sus amigos, ni a la muchacha que rondaba, ni su confesión, nunca se le pasó por la cabeza mancharse las manos con sangre ajena. Echa de menos el paisaje nocturno de las calles de Al Qabun, su barrio. Al finalizar la jornada reía con sus amigos y se contaban las novedades del día. En el barrio han quedado pocos habitantes, niños, mujeres y muchos ancianos. El resto, como él, han emprendido el camino. Su itinerario: frontera entre Siria y Turquía, Bulgaria, Rumania, Hungría, Austria, hasta llegar a Alemania.

En los meses que lleva caminando ha escuchado NO en varios idiomas (hayir, nyet, nein, votch, non, no). Sigue sonriendo al toparse con un rostro amigo y ofrece la mano con calidez. Se ha convertido en un viajero sin billete. Quizás las puertas de Europa se le habrían abierto si, como puso agudamente de relieve el profesor Juan José Álvarez, Yusuf hubiera sido un escurridizo traficante de armas dispuesto a invertir en Europa. Pero es solo un pasajero sin billete. Al responder a los funcionarios europeos mira a los ojos, no usa palabras enrevesadas ni habla con teatralidad. No quiere mentir. Ni siquiera alega ser un perseguido político. Era, simplemente, un joven que terminaba sus estudios, que tenía planes hasta que una madrugada llegó la guerra.

Algunos le preguntan si no estaba loco al tomar la decisión de sumarse al ejército de refugiados que abandonaba Damasco. Él responde que la locura estaba a su alrededor, entre las bombas, los gritos de los heridos y en las preguntas que no recibían respuestas. Salir adelante entre escombros es difícil incluso para pueblos con hechuras valientes como el de Yusuf.

¿De qué está hecho Yusuf para mantenerse risueño y entero? Sabe que una parte de Europa ha vivido bajo el nazismo y el comunismo y, sin embargo, ha prosperado. Sabe que el estatuto de refugiado se creó para los europeos víctimas de la II Guerra Mundial. Sueña con que la guerra termine y poder regresar a Al Qabun.

¿Qué nos queda a los defensores del pueblo para encarar este drama? Lo primero, aceptarlo como propio; después, alzar la voz para que se oiga el clamor de miles de seres humanos que, desesperadamente, solicitan ayuda; luego, instar a quien puede a cumplir con obligaciones asumidas y compromisos adquiridos. A la postre, que las mujeres y hombres libres asuman responsabilidades.


Como ararteko, mi obligación es hacer saber a mis conciudadanos que todos tenemos algo de Yusuf.

Manuel Lezertua
Ararteko